No vuelvas a escocer mis ojos con estas amargas lágrimas, no sacudas mi pobre cuerpo con tantos temblores, no inundes mis venas con miedo. No llenes mi mente de temores, no castigues mis sentidos otra vez, por favor. No me encierres en la penumbra absoluta, deja alguna luz para que sienta que aún queda algo más que la ausencia.
Tú que llenas mi camino de espinas y mi vida de monstruos, tú que me acosas sin compasión con la incertidumbre. ¡Me asfixias con tanta angustia! Maldito el día en que te enamoraste de mí y ya no me soltaste. Maldita la hora en que me agarraste por el corazón y lo estrangulaste hasta la extinción. Tú que arrancas de mis brazos la ternura y de mi espíritu la ilusión. Desaparece por favor, del mismo modo en que haces desaparecer la felicidad y la esperanza.
No quiero decirle adiós a mis sueños aunque tú una y otra vez me los arrebates de la vida. Eres una maldita sombra que me sigue hasta el fin del mundo, que no se apiada de mi fatiga, que no se compadece de mi agonía. Eres una cadena pesada que arrastro y con la que me arrastro, eres una pesadilla sin despertar, un pozo sin fondo.
Y sin saber a veces si sentirme valiente o estúpida sigo adelante, a veces dejo un rastro de sangre y otras veces ya nada de mí se puede ver. Vuelve cada día a amanecer como si fuera una sentencia, otro castigo pesado que soportar. Como Sísifo vuelvo otra vez a rastras a pesar de conocer mi próximo fracaso y lucho una vez más sin saber si le temo al final o lo deseo.
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