lunes, 29 de julio de 2013

EL FUNERAL

La chica tiene en su casa muchos cuadros. Todos iguales, todos diferentes. El tema es el mismo pero interpretado de distinta forma. En todos esos cuadros hay una gran oscuridad, cielos nublados, mares hostiles, largas distancias, niebla, barrancos, horizontes infinitos... y ella, una chica hermosa, casi siempre vestida de negro o de blanco, triste, mirando lejos, esperando, añorando... Una chica solitaria. Se la ve representada muchas veces de espaldas, raras veces se le ve la cara. Es como si no tuviera identidad. En esos cuadros, sólo existe lo que ella añora, lo que espera, lo que sueña o tal vez aquello de lo que se despide. Ella está en segundo plano. A veces con una sombrilla en la mano, otras veces con un farolillo o abrazándose a sí misma o con el viento jugando con su pelo, sus velos y su falda. A la chica le gustan esos cuadros porque se identifica con ellos, cuentan su historia. Ella es una chica solitaria, siempre en el abandono, siempre mendigando por el amor de los demás, siempre esperando un gran amor, siempre buscando, siempre aguardando fielmente, con una esperanza muy triste.
Ahí está la chica solitaria. Verla es como ver uno de sus cuadros. Está triste y mira en la distancia buscando algo, alguien. La chica solitaria quiere sobrevivir. Siente que el dolor la acompañará para siempre pero ella no quiere que eso ocurra y como suele hacer, espera, pero esta vez espera que la tristeza se pueda aliviar de algún modo y ella lo va a intentar.
Se ha acabado algo importante en su vida, algo muy importante. Se acabó un sueño hermoso que le regaló breves momentos de felicidad entre tanto quebranto. Terminó, una pena más sobre sus hombros. Ella sigue esperando... ¿y si sólo se trata de una pausa? ¿y si es un error? ¿y si vuelve? Y mira de nuevo, al horizonte, esperando. Otra vez. De espaldas, sin cara a la vista aunque es fácil imaginarla con una mirada nostálgica, incluso llorando alguna vez.

Los días pasan, tristes y pesados como una lápida. Necesita que él vuelva, ¡es lo único que la puede consolar! La chica piensa en sus breves momentos de felicidad pasados y le resulta insoportable pensar que ya han ocurrido y que no pueden repetirse. Se aferra a los recuerdos, con alegría al revivirlos, con profundo pesar al darse cuenta de que es el pasado y ya no lo tiene.
La chica solitaria cree que sólo la Muerte la puede aliviar. Piensa que su vida ha terminado. Así no se puede vivir.
Imagina su muerte, su entierro... sin nadie. Ve su nombre escrito en piedra e imagina ángeles llorando por la pobre chica solitaria.
Entra en el cementerio para hacerse más a la idea. Tristeza y paz. Se acabó el dolor.
Justo en aquel momento hay un funeral. Una viuda destrozada lanza una rosa al ataúd de su amor, al que ya no verá más. Se acabó la alegría. A la chica le pasa lo mismo... su amor la ha abandonado, pero en vida. Recuerda a un vecino ya mayor que siempre cuenta que su mujer falleció pero no es cierto, su esposa le abandonó y se fue con otro hombre. Esa realidad le resultaba insoportable y había engañado a los demás y a sí mismo contando que su esposa había muerto.
Un corazón roto se muere. Él era el único fallecido. Muerto en vida.


La chica se deja caer encima de una tumba y se hace la muerta. Todo terminó. Intenta sentir cómo debe ser eso de haber fallecido. Se queda muy quieta, cierra los ojos, pone sus manos sobre el vientre y se deja llevar... siente que se hunde y por un momento por la profunda tristeza que siente, de verdad cree que se está muriendo y que la encontrarán ahí, en el mismo cementerio, lista para ser enterrada. Se imagina el impacto de la gente, incluso que pondrían en aquel lugar una escultura de una chica tumbada para recordarla. Un epitafio breve y potente: "murió por amor". Hay demasiada luz, incluso pasa a través de los párpados. La chica solitaria (muerta) se levanta (revive) y se retira. Se ha levantado tan rápido que se marea, las fuerzas la abandonan, se asusta, tal vez sí, tal vez sí que se va a morir. Mira otra vez ese entierro. Mira el ataúd. Todo terminó. La viuda está derrumbada por el dolor pero hay algo de aceptación y se va del cementerio con la cara surcada de lágrimas.
No hay nada que se le pueda hacer. Es el final. La chica se pregunta la cuestión eterna ¿hay vida después de la muerte? Porque ella se siente muerta pero quiere revivir.
Se le ocurre una idea. Hay que pasar página. Se despedirá de su antigua vida y empezará otra nueva. Morirá y renacerá. Recuerda un documental sobre unos rituales en Latinoamerica en los que la gente se entierra viva para purificarse, meditar y finalmente "renacer" cuando los desentierran. Imagina su propio funeral y luego levantándose de la tumba para empezar una nueva vida. Eso le sentaría bien. Piensa que sería complicado pero puede hacer algo más simple.
Al día siguiente vuelve al cementerio. Va vestida con elegantes prendas negras, lleva una hermosa rosa, una pequeña caja, una foto y una carta de despedida. 


La chica solitaria está desolada y luce muy hermosa, es la chica de los cuadros. Ha salido de todos ellos.
Mira a su alrededor y busca en el cementerio un lugar tranquilo, apartado y bello (otra vez uno de esos cuadros). Lo encuentra. Ahí está el lugar elegido, bajo un enorme sauce llorón, entre una antigua tumba en el suelo y un impresionante mausoleo lleno de ángeles solemnes acompañados por plañideras siniestras. Ahí mismo la chica solitaria se arrodilla para empezar su ritual.
Con sus blancas y trémulas manos abre un agujero en la tierra. Las lágrimas caen de sus mejillas. Está desolada.
Introduce la caja dentro del hueco, coloca la fotografía en su interior y deja la tapa abierta. Contempla esa foto, es de cuando estaban juntos, es una foto preciosa, eran felices, estaban enamorados, se la hicieron tras salir del cine. Le duele ver esa imagen y al mismo tiempo siente felicidad porque recuerda qué hermoso fue todo. Observa el rostro de él. Con un dedo lo acaricia llena de ternura, mientras las lágrimas van resbalando por las mejillas. Hay una copia grande de esta foto en su habitación, la escondió con marco y todo porque rompía a llorar al verla. 
Solloza, piensa, recuerda... Al final tiene valor para abrir la carta que lleva cuidadosamente doblada. Como un rèquiem la lee entre suspiros y llanto, hace muchas pausas. En la carta se despide de su amor, al que echa tanto de menos, le relata los momentos de dulzura y de pasión. Le dice que no puede olvidar sus manos, sus labios, sus ojos... Le habla de los abrazos, las caricias, los besos, las sonrisas, su voz, su piel, su olor...Le recuerda experiencias bellísimas, palabras, cenas, lugares, viajes, muchas citas memorables. Le nombra canciones, películas, libros, poemas... Le cuenta recuerdos especiales y también proyectos de futuro que se truncaron. Le declara su amor, dice amarle para siempre, toda la vida. Le dice que ha habido malos momentos, pide perdón y le perdona a él. Le agradece cada instante de felicidad. Admite que han terminado esa etapa juntos, que tal vez puedan volver algún día, que le gustaría pero que no quiere hacerse ilusiones. Deja una puerta abierta pero de momento la relación que han tenido hasta ahora ha terminado y no hay forma de saber qué ocurrirá más adelante. Ella no le retendrá. Le deja ir y le desea lo mejor. Dobla la carta
otra vez. "Adiós" llora. También pronuncia el nombre de su amado, vuelve a decirle que le ama, besa la carta y la introduce en la cajita, junto a la foto. Con un hondo suspiro cierra la tapa. Cubre de tierra ese pequeño ataúd lleno de amor y en un gesto lleno de dignidad y cariño deja la rosa encima. Está un tiempo más ante esa pequeña y curiosa tumba. Sus sollozos muy poco a poco disminuyen. Con un pañuelo se seca las lágrimas y se retira restos de tierra de las manos. Se levanta con decisión. Alguien la ve con las señales del llanto en su rostro. No hay preguntas. Mucha gente llora en el cementerio, es un lugar de dolor... pero también de paz. Nadie más que ella sabe realmente qué clase de funeral ha sido ése. Afortunadamente la chica no es viuda, no entierra a ningún ser querido pero sí que entierra su relación terminada en un ritual de aceptación, doloroso pero liberador. Se aleja de la pequeña tumba, se pregunta si la visitará, si se sentará ahí para hablar con su pareja -que ni siquiera está enterrada ahí-, para recordar buenos tiempos, pedirle que vuelva o desahogarse llorando. Cree que no. Ha terminado. Se siente algo mejor a pesar del dolor que la acompañará durante algún tiempo. Piensa que es cierto aquello que dicen: más vale haber amado y perdido que nunca haber amado. Se siente afortunada de haber vivido algo tan maravilloso como esa relación aunque ya haya terminado. Esos preciosos recuerdos permanecerán.
La chica solitaria comprende que ha terminado y que debe seguir adelante, que puede hacerlo. No se quedará esperando como en los cuadros, nada de mirar al horizonte, nada de esconderse. Quiere vivir. Quiere soñar, reír, divertirse, tal vez algún día volver a amar porque un corazón roto puede curarse y siempre vuelve a encontrar el amor.

Con ese ritual finaliza una etapa. Se curará. Ya se está curando. Sabe amar y la amarán. También sabe estar sola y puede ser feliz estándolo, perfectamente. También se quiere a ella misma y no va a hundirse.
En su casa, el ritual se completa con un nuevo cuadro en la pared. En él no hay oscuridad, no hay niebla, no hay tristeza. Una chica mira el amanecer, no espera, no llora, no sufre porque lo que desea esta vez es un nuevo comienzo y éste ya ha llegado.


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