viernes, 3 de febrero de 2017

LA SEÑORA ÁNGELA




Me encontraba por la tarde en una gran mansión abandonada y había varios caminos para elegir, pasillos, escaleras... Era invierno pero el interior de la casa estaba cálido y desde fuera llegaba una extraña luz anaranjada. Miré el pasillo de la derecha y el de la izquierda pero finalmente decidí subir por las escaleras. Los pisos estaban muy deteriorados por el tiempo y me detuve un momento en una sala que tenía una puerta de barrotes como si fuera una cárcel. Impresionada me quedé ahí un buen rato intentando saber  el motivo de esa sala, ¿habría alguien encerrado ahí en el pasado?¿por qué? 
Por alguna extraña razón, no hacía frío así que me deshice de mi abrigo y poco después bajé al pie de la escalera otra vez. Sentí que el pasillo de la izquierda me atraía de un modo atroz, así que fue el camino que tomé. La luz anaranjada había ido apagándose y en su lugar una tenue claridad iluminaba algunos puntos de la casa. Me aventuré en el pasillo pobremente iluminado por la luz natural. De pronto encontré un gran salón, con todos sus muebles y objetos, había una gigantesca librería llena de títulos interesantes, de autores maravillosos: Poe, Baudelaire, Shakespeare... Y con cierta culpabilidad pensé en llevarme alguno de esos libros, para tener más historias, para tener también un recuerdo de ese lugar mágico... me justifiqué pensando que aunque estuviera mal llevárselos yo los cuidaría bien y que si no me los llevaba alguien los destruiría o el mismo tiempo los consumiría. 



Oí con pesar que unos chicos entraban en la casa, por suerte subieron al piso de arriba, a la cárcel que había conocido yo pero escuché cómo destrozaban lo poco que quedaba. Me retorcí de indignación y deseé que no conocieran ese lugar en el que me encontraba yo entonces, donde había mucho más por destruir. Me llamó la atención una gran mesa con sus sillas antiguas, esperando visitantes en busca de confort, sus vitrinas llenas de platos... Todo estaba viejo, abandonado pero intacto, congelado en un sueño del pasado. Lamenté haber perdido tanto tiempo en esa celda del piso de arriba en lugar de pasearme con más detenimiento por ese salón lleno de libros.
Los ruidos del piso de arriba me inquietaban y temí por mi seguridad. Me acerqué a una esquina de la escalera y vi como los chicos bajaban de nuevo, uno de ellos llevaba mi abrigo hecho trizas en la mano, incluso eso habían tenido que destrozar. Uno de ellos me vio en la penumbra, mi ira me impidió asustarme, él encontró en mis ojos el odio y vi cómo retrocedía asustado ante mi palidez y mi indignación. Gritó como un loco y salió corriendo, sus amigos estúpidos hicieron lo mismo, creyeron que yo era un fantasma, el famoso fantasma que se pasea por entre las paredes de la casa abandonada...
Volví al salón aliviada al saber que de nuevo estaba sola en esa casa pero...
-Buenas tardes.
Me di la vuelta y encontré a una señora algo mayor, muy elegante y amable.
- Soy Ángela, bienvenida a mi hogar.
Balbuceé. ¿Cómo podía ser? La señora Ángela o se había ido de la casa hacía muchos años o había fallecido.
De pronto era como si todo a su alrededor recobrara su antiguo esplendor.
Me sirvió una taza de té con ese juego de té color lapislázuli que había en un armario. Estaba delicioso. Yo me sentía algo extraña pero ella sonreía llena de picardía.
-Todos los que respetan mi casa son bienvenidos y reciben de mi parte algún agradable detalle.
Disfruté de su amable compañía y su delicioso té, ella me mostró sonriente algunos de sus libros, ediciones muy bellas de mis autores favoritos. Le dije que lamentaba lo que había ocurrido con esos chicos. Ella le quitó importancia, dijo que no comprendía a la gente que entraba en los sitios para destruirlo todo pero parecía agradecida porque ellos se habían ido. Me preocupó su seguridad, pero ella parecía muy tranquila, como si no le importara que su casa estuviera abierta a todo tipo de desconocidos aunque sin duda parecía disfrutar de mi compañía. Éramos una pareja muy dispar. Yo tímida e insegura, pero ella majestuosa y fuerte.
- ¿Por qué hay una celda en el piso de arriba?- pregunté.
-Hace muchos años, por pensar diferente al mundo mi familia me encerró en ese lugar para que no pudiera expresar mis ideas ni rebelarme contra lo injusto. Pensar diferente se consideraba un peligro y una enfermedad. Hay que ser muy fuerte cuando no eres como los demás.
-Lo lamento muchísimo.
-Quisieron encerrarme en un manicomio y quedarse con mi casa pero yo nunca la abandonaré, este lugar me pertenece y no le temo a nada ni a nadie, ni siquiera al tiempo.
Sorbí el té pero al alejar la taza de mi rostro vi que ésta estaba vacía y sucia de polvo... ¡y Ángela ya no estaba! Me sobresalté. ¿Había estado tomando el té con un fantasma?


Con el corazón acelerado me levanté de mi silla y me adentré en el pasillo que estaba más oscuro que antes. Sin embargo, a pesar de mi desconcierto no tenía miedo, sentía amor por ese lugar misterioso y por esa señora, solamente lamentaba no haber hablado más con ella. Al llegar al pie de la escalera encontré el abrigo que esos gamberros habían tirado por el suelo... estaba intacto, sucio, polvoriento... pero en absoluto destruido como lo habían dejado ellos. Sacudí el polvo y me lo puse de nuevo.
-Gracias- dije y mi voz sonó con un fuerte eco.
Noté que el abrigo pesaba un poco más de la cuenta. Metí la mano en un bolsillo y encontré una edición de "Las flores del mal" de Baudelaire.
-Vaya, ¡muchas gracias!
El eco volvió a sonar pero mezclado con él una lejana voz femenina susurró: "de nada."
Sonriendo me alejé de la casa feliz por la experiencia. Puede que vuelva otro día a visitar a la señora Ángela.


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