domingo, 15 de diciembre de 2013

ÉL

"Grief" de Oscar Gustave Rejlander
Reconozco en las ruinas la felicidad perdida. Muchas veces tanto yo como los que amo no somos nada más que espectros, sombras, escombros de lo que fuimos.
Y cada día y cada noche me acuerdo de él, pienso en él y me parece verlo. Le sonrío, sonrío a un recuerdo, sonrío a un fantasma.
Él daba alegría a mi pobre corazón, tenerle cerca y verle me hacía feliz, vivía en un estado de ilusión permanente. Recuerdo sus canciones, melodías muy inspiradas y bellas. Recuerdo su ingenio y su felicidad, mi mente se recrea en el recuerdo de su sonrisa. Cierro los ojos y puedo volver a sentir en mi mano la suya para abrir los ojos de nuevo y desmoronarme al ver que ya no está. Pienso en nuestras risas, nuestras historias y juegos... y luego miro al vacío que sin compasión se extiende ante mí.
Como en una maldición todo quedó destruido de un modo inexplicable. Su salud desapareció para siempre arrebatada por un implacable mal. Su belleza se derrumbó presa de una extraña enfermedad que lo consumió. Su agraciado rostro se volvió anguloso y la luz de sus ojos se oscureció. Su hermoso cuerpo parecía encogerse, el vigor de su postura se marchitó dramáticamente. Sus bellas manos temblorosas se extendieron en la penumbra en un trágico gesto pidiendo ayuda o tal vez agarrándose a lo que había sido su vida antes. Y yo agarré esas manos entre sollozos sientiendo impotente cómo no podía devolverle la vida. Se escondió del mundo, demasiado débil para sobrevivirlo y demasiado angustiado y triste como para soportar la crueldad de quienes lo miraban como si fuera un monstruo y susurraban lo bello que fue una vez. Yo amé cada uno de sus huesos que parecían astillarse. Yo sentía devoción por su piel... que se escamó. Deseaba su voz que se volvió débil y susurrante y ya no volvió a cantar jamás al amor, a la alegría, a la juventud, a la belleza... silencio, doloroso silencio, ni la mente ni la voz podían ya expresarse ni siquiera para aliviar el grotesco dolor de su cuerpo y de su alma. Sólo una última vez lo oí cantar y fue una despedida. Fue una canción tan desesperada y llena de agonía que jamás podré recuperarme del impacto. La dulzura de su voz había desaparecido con la enfermedad pero yo la reconocí entre sus sentimientos y me pareció oír en un eco del pasado cómo habría cantado tiempo atrás. Y en sus ojos estropeados también le reconocí y lloré porque le amaba con todas mis fuerzas y me destrozaba verle destruido. Se apagó como una vela y yo con él porque nunca más he sido la misma. Todo se volvió horrible y cada pequeña cosa me recordaba a ese ser maravilloso que tan injustamente había desaparecido. ¿Dónde estás? Me recreaba de un modo enfermizo en cada recuerdo para no olvidar jamás y para revivir una y otra vez su compañía y esos brillantes momentos de magia. Por otro lado, en una gran contradicción, los recuerdos me daban miedo porque me daban grandes alegrías y grandes pesares, todo a la vez. Recuerdos de cuando éramos felices. Cada lugar en el que nos reímos. Cada beso, cada caricia, cada abrazo... todo queda en la eternidad. En un llanto amargo me hundo pensando que no volveré a verle, que todo terminó y el tiempo pasa... sin él.
"¿Por qué?" no he parado de preguntarme.  Silencio.

 
Todo cambió. Mi forma de ver la vida se transformó por completo. Un miedo intenso gobernó mi existencia al ver que de un momento a otro todo lo que era maravilloso podía serme arrebatado, incluso lo que más amaba. A veces le siento cerca y ni siquiera hablo de esto con nadie. Me parece oír su voz, su risa y me doy la vuelta esperando verle pero ya no está... ¿o tal vez sí? me gusta pensar que está cerca de mí dándome su amor, mirándome aunque no le vea. No sé hasta qué punto cuando oigo su voz es mi imaginación, mis ganas de recuperarlo o su modo de decir: "sigo aquí, no llores".
Miro el pasado. Vuelvo a verle, aparece ante mis ojos tal y como era antes de la desgracia: joven, feliz, ingenioso, sano, atractivo... y me sorprendo diciendo: "sí, sé que estás aquí, no lloraré más, me siento feliz, la vida sigue..."
Arrastro lo que queda de mí entre las sombras. ¡Este duelo no terminará nunca! Le echo de menos. Lo busco. Quiero oírle cantar una vez más.
Me persigue el recuerdo de sus manos retorcerse suplicantes en el aire, pidiendo ayuda y aferrándose a algún recuerdo hermoso, como hago yo ahora. Y ante el espejo creo que cada vez me parezco más a él porque el dolor de su ausencia me ha vuelto débil y enfermiza, triste y errante. La tragedia me consume.
Siento olas de desesperación en mi alma, en mi sangre. Pensé que me iría con él pero sobreviví y cantaré por él, cantaré a la alegría y al amor como él hizo en un hermoso pasado. Cantaré por él y para él. Cantaré aún en el más profundo dolor como hizo él al final de su vida... Cantaré ¿verdad? Yo...cantaré...


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