Era uno de esos días en que vivía
abrumada por el dolor. Mucha presión, muchas preocupaciones y malas
compañías me atormentaban. Conseguí huir por unos momentos de todo
aquello. Escaparme en busca de libertad. Tenía un día para mí sola y deseaba descansar sin sentirme
culpable. Me adentré en el bosque maravilloso y tan sólo la visión de
los árboles y el canto de los pájaros me aliviaron. Sentí como algo en
mi interior sanaba a pesar de haber pasado una etapa muy difícil en mi
vida y estarme enfrentando a bastantes problemas. Me quité los zapatos y
dejé que mis pies sintieran la tierra, la hierba, las hojas, el
riachuelo... Me dejé acariciar por la suave brisa, escuché el viento entre las hojas y admiré la paz y la
belleza de todo lo que me rodeaba. Amé esa compañía dulce de la
naturaleza... Pero algo interrumpió la suavidad. Me alteré al ver
una
presencia ante mí. Al ver de quién se trataba, el desconcierto me
invadió. Era un extraño personaje, nada más verlo me pareció un ser de
otro mundo, tenía unos rasgos extraordinarios y vestía exóticas ropas de
colores con una extravagante elegancia. Cada una de sus facciones
estaba resaltada con una agudeza sorprendente, ojos grandes y con un
brillo travieso, nariz aguileña marcando un perfil muy característico,
boca amplia con una enorme, divertida y algo loca sonrisa. Una
pronunciada barbilla le hacía el rostro aún más anguloso. Tenía el pelo
largo y revuelto como el de un niño travieso, adornado con un sombrerito
extraño, un brocado barroco en color verde y una llamativa pluma de
pavo real. Llevaba una levita de terciopelo carmesí con bordados de
lentejuelas representando aves y flores. Del escote y de las amplias
mangas salía un exuberante encaje blanco que se desbordaba
desordenadamente y entre ese encaje asomaban unas pequeñas manos
embutidas en unos impecables guantes blancos. Las piernecillas lucían
unas discretas medias en color crema y los pies estaban cubiertos por
unos zapatos de tacón grueso y hebilla. Era un hombrecillo más bien menudo
pero con una presencia electrizante que lo llenaba todo. Irradiaba una
simpatía y una bondad tremendas. Sentí una gran atracción hacia ese
personaje.
- Hola querida- me saludó con una voz suave y alegre- ¡qué ganas tenía de verte!
Se rió de un modo exagerado y con una sorprendente confianza me agarró del brazo.
-Te estaba esperando- dijo con misterio.
Me di cuenta de que ese hombrecillo era un espíritu de la naturaleza y sonreí agradecida por su encantadora compañía.
Durante
un buen rato estuvimos paseando agarrados del brazo mientras él hablaba
de sus amigos, los duendes, las liebres, los pájaros, las nubes, las
flores, las lagartijas... Me contó a toda prisa toda clase de
travesuras, riéndose constantemente. De vez en cuando con una voz muy
agradable cantaba cancioncillas sobre el bosque, algunas de ellas eran
dulces melodías bordadas con bellísimos versos, otras canciones eran muy
cómicas y pegadizas.
-Descansemos un poco, querida - dijo. De pronto vi entre los árboles una mesita. Encima había distintos juegos de té, mezclados entre ellos, algunas tazas vacías, otras llenas y en otras tierra y plantas como si fueran macetas.
-Vamos a sentarnos un rato- sonrió el extravagante hombrecillo.
Me senté y observé que incluso en el suelo había tazas y teteras.
El hombrecillo me ofreció distintos tés de flores y frutas, los probé todos, algunos sabían muy dulces, otros muy exóticos y había una gran variedad.
El hombrecillo puso su mano en la mía y habló con sinceridad.
-Vengo para decirte algo importante- por primera vez mostró algo de seriedad aunque sin perder la sonrisa- quiero que sepas que aquello que te angustiaba ya está muy lejos, que ahora eres libre y ya lo vas sintiendo- sorbió un poco más de su té de melocotón- ante ti hay muchas posibilidades y no las pierdas por el miedo ni por el dolor del pasado. Jamás olvides lo mucho que vales, ten presente que podrás con todas las dificultades, que te esperan cosas muy buenas que no debes perderte. Recuerda también que en los peores momentos siempre podrás acudir a lo bueno y buscar apoyo en los que te aman... como yo- volvió a sonreír- ven a buscarme siempre que te sientas perdida y yo te daré fuerzas.
Me sirvió un nuevo té y me di cuenta de que era cierto, había empezado una nueva vida recientemente y ese curioso personaje parecía saberlo.
- Tienes que estar feliz porque te has librado de mucho dolor y has demostrado de lo que eres capaz- dio unos palmaditas sobre mi mano.
Sonreí y sentí que me encontraba con un ser extraordinario, mágico, de otro mundo y que venía como un ángel para darme consuelo y mostrarme que una nueva etapa empezaba.
El resto de la tarde me contó historias encantadoras sobre el bosque, historias divertidas y tiernas. El ambiente estresado en el que normalmente me muevo pareció desaparecer para siempre como si nunca me hubiera dañado y hubiera pasado toda mi vida ahí tomando el té con ese hombrecillo y escuchando las historias más increíbles y graciosas.
-No estás sola y no debes sentirte abandonada, no hay abandono posible porque no pertenecemos a nada ni a nadie -dijo el hombrecillo.
-Tienes razón- afirmé.
-La tristeza a veces nos hace creer locuras- suspiró- pero luego ves que eres fuerte y que puedes con todo. Cuando te hundas en la desesperación, llora, grita, no frenes esas emociones, ¡alíviate! Lo necesitas - dio una palmada al aire- pero siempre deja un hilillo de esperanza por el que subir cuando tengas más fuerzas- me miró con ojos sonrientes- y ahora tienes más fuerzas, ¿verdad?
Era cierto, el cansancio, la angustia y el dolor por el que había pasado parecían ya lejanos y miraba hacia el futuro sabiendo que podría superar dificultades y avanzar en lo que me propusiera.
Unas encantadores lucecitas nos rodearon. Eran esferas de una luz cáliday hermosa y de cerca pude percibir la imagen de bellas hadas, todas muy diferentes entre ellas pero todas encantadoras.
-Aquí tenemos a nuestras amigas- rió el hombrecillo- nos acompañarán de vuelta a casa.
Nos tomamos del brazo y cantamos canciones alegres junto a las hadas, haciendo que el camino de vuelta se transformara en una fiesta improvisada llena de risas, canciones e historias.
Esa noche me acosté y tuve sueños preciosos, en uno de ellos el hombrecillo se asomó por una ventana y me dijo con voz cantarina: "recuerda que tras la tormenta viene la calma, ¿sabes la cantidad que cosas maravillosas que se acercan?" y al día siguiente lo supe con seguridad, buenas experiencias y nuevos retos han llenado mi vida con mucha intensidad.
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