Cuando te descubrí todo mi mundo tembló. El aire se llenó de música. Algo en mí cambió. Mis sentidos se agudizaron más todavía y con ellos te busqué en cada rincón de mi vida. Como una sombra alargada apareciste en cada faceta de mi existencia. Todos los dioses, los espíritus, las hadas, los duendes, los santos y los ángeles nos miraron. Me hundí en un éxtasis permanente, lleno de placer y de dolor, de dolor y de placer. Pasaba de la risa al llanto de un momento a otro. Seguí con mi vida, por supuesto, pero llegaste para quedarte. Muchas veces pensaba que no podría estar contigo y mi corazón se hizo añicos. ¡Recogí los trozos durante mucho tiempo!
Aunque estuvieras lejos, te sentía cerca como una insistente presencia fantasmagórica. En mi llanto veía tu rostro dibujarse en las tinieblas. En mi risa, podía sentir tu mano en la mía.
Me acompañabas en sueños y pesadillas. Cuando no estabas cerca aparecías en mi mundo onírico y me susurrabas al oído mensajes de que volverías. ¡Y ahora sé que eran sueños proféticos!
Lo que sentía era fuerte, hermoso y agotador.
Tu mirada intensa, para siempre grabada en mi corazón. En mi mente las promesas creciendo, grandes, enormes... y en mi alma la esperanza hiriendo y curando, condenando y salvando.
Todo se volvió bello pero al mismo tiempo se tiñó de miedo y tristeza. Mis emociones se volvieron tan fuertes que pensé que no sobreviviría y viví en las sombras de la anoranza, iluminándome con tu recuerdo. Mi corazón lleno de pena se oscureció pero me negué a perderte.
Y la canción sonando cada vez más fuerte, retumbando en mi interior y mis pasos siguiendo tu rastro de luz.
Cada lágrima, cada sonrisa, cada ilusión... todo tenía algo de tu esencia. Era un hermoso tormento.
Tú fuiste una rebelación. Incluso antes de que llegaras me sentía extraña, como sintiendo de un modo subconsciente que algo muy grande se acercaba pero sin comprender qué era. Apareciste tú, todo cambió.
Y desde entonces, tu nombre en cada llanto, susurro, grito y risa se transformó en una oración... una oración atendida.
Y cuando llegaste por fin a mí, el miedo se disipó, abandoné mi carga y sólo quedó lugar para la alegría.
Al fin tu beso, tu caricia, tu abrazo... la felicidad. Viendo y sintiendo, a veces no creyendo en el sueño hecho realidad. Cuando te descubrí la vida me dió un regalo tan precioso que me sacudiría el alma para siempre. Cuando te descubrí... ¡me cuesta tanto explicar lo que sentí!... y cuando llegaste mis heridas sanaron y mis fuerzas volvieron.
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