Pon una vela por mí esta noche.
Deja que se consuma como se consume mi alma, deja que la llama arda como arde mi corazón, deja que se hunda, que se quede en la nada, que desaparezca como yo. Así como yo lloro, deja que las lágrimas de cera corran hasta el infinito, que la humedad lama cada herida. Cada temblor de la llama será como uno de mis quebrantos. Cada una de las sombras que proyecta, será uno de mis fantasmas.
Enciende esa vela que me recuerde, que tenga delirios de consuelo pero deje tras de sí una atmósfera espectral, un testimonio de angustia.
Deja esa llama encendida bailando con el viento, jugando con esa atracción peligrosa, siempre a punto de extinguirse, seducida por la oscuridad.
La vela comunica el cielo con la tierra, los vivos y los muertos, las pesadillas y los sueños, las frustraciones y los anhelos. La llama se mece entre recuerdos, se alza donde los dioses, habla con los ángeles, excita a los espíritus, brilla en los ojos de los muertos. La vela reina entre suspiros, danza entre la luz y la oscuridad. La vela aunque extingida sigue brillando en tu corazón, coronando tus susurros, creando figuras espectrales en la noche, desafiando al viento y hundiéndose en la penumbra como nosotros... tal vez muriendo tras un beso fatal.
Enciende la vela y me verás.
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